La limpieza bucal, también llamada tartrectomía, es el procedimiento por el que se elimina el cálculo dental (sarro), la placa bacteriana y las manchas de la superficie de los dientes. Para ello se utiliza fundamentalmente un aparato de ultrasonido y un cepillo rotatorio con una pasta de pulido.

La unidad de ultrasonido produce pequeñas vibraciones que rompen los cristales de sarro que están adheridos a los dientes, logrando que se desprendan. Libera a su vez agua para refrigerar e ir arrastrando el cálculo, que será recogido por el aspirador del sillón dental. No es doloroso, pero sí es cierto que aquellos pacientes que tienen gingivitis o sensibilidad en los dientes pueden notar puntualmente alguna molestia. En estos casos se puede plantear anestesiar la zona hipersensible, aunque no suele ser necesario. Tras esto, se emplea una pasta de pulido con el cepillo rotatorio con la finalidad de eliminar las manchas y dejar la superficie de los dientes más lisa, dificultando así que el sarro vuelva a formarse.

Tras realizarnos una limpieza, es recomendable no tomar alimentos o bebidas que tiñan, ni fumar, las 24 horas posteriores. La limpieza altera la película adquirida, que  nos protege de las tinciones. Esta capa la forma nuestra saliva y se regenera en este tiempo. Es posible que notemos los dientes más sensibles los días siguientes, pues al retirar el tártaro los dientes están en contacto más directo con los estímulos térmicos, pero esta sensación suele durar sólo unos días.

Al eliminar la placa y el tártaro, la limpieza es una medida preventiva para evitar desarrollar caries y enfermedades en las encías. La frecuencia con que hay que realizarla depende de cada paciente, de los hábitos de higiene que tenga y de su  predisposición genética a acumular sarro. No obstante, en un principio es recomendable hacerse una limpieza al año.

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